Para entender el concepto de enfermedades psicosomáticas debemos dejar de lado las concepciones dualistas del ser humano. Mente y cuerpo no van por separado, son inseparables e interaccionan continuamente. Por tanto, los factores psicológicos pueden estar implicados en el desarrollo y evolución de multitud de enfermedades orgánicas tales cómo alteraciones del sistema inmune, trastornos cardiovasculares, dolor crónico, trastornos gastrointestinales, etc.

Si bien la sabiduría popular ya hace referencia a la influencia de los factores psicológicos en el bienestar del cuerpo con frases y dichos de uso común del tipo “murió de pena”, “se le ponen los nervios en el estómago”, “carga todos sus problemas en la espalda”, “úlcera de ejecutivo”, etc. nuestra primera reacción ante problemas físicos es, lógicamente, acudir al médico pero a veces nos cuesta asumir que puede haber otra cosa en nuestro mal que algo puramente físico. El término psicosomático lo utilizamos para referirnos a estas interrelaciones entre lo psíquico y lo orgánico.

Asumir esto, que el “cerebro”, la vida cotidiana, y sobre todo la ansiedad, pueden llegarnos a producir lesiones físicas, enfermedades y dolores que consideramos puramente orgánicos, sigue siendo una cuestión que a la población general le cuesta tanto entender, como asimilar, como asumir, lo que hace que muchas veces se acuda a varios médicos aunque desde un principio se haya descartado una causa médica para explicar el origen del mal físico.

Actualmente ya está científicamente establecido que factores psicológicos cómo la personalidad, la forma de afrontar el estrés, el estado de ánimo, la ansiedad, etc. pueden afectar negativamente a una enfermedad médica a través de distintas vías: interfiriendo con su tratamiento, siendo un factor de riesgo adicional (por ejemplo personalidad con alta hostilidad y urgencia temporal en una enfermedad cardiovascular) o precipitando sus síntomas a través de respuestas emocionales asociadas al estrés (por ejemplo provocando nauseas y vómitos en personas con trastornos gástricos). Seguramente las personas aquejadas por el llamado síndrome del intestino irritable saben que sus síntomas se precipitan o empeoran en los momentos en que tienen ansiedad, y no son pocos los que sufren dolores de espalda provocados “por los nervios”, de hecho, la cabeza, cervicales y parte alta de la espalda son órganos “diana” para el estrés. También las personas con la llamada personalidad tipo A, caracterizada por urgencia temporal, hostilidad, ansiedad, etc. tienen muchas más probabilidades de sufrir un infarto que el resto de la población y las personas deprimidas tienen disminuido su sistema inmunológico por lo que son mucho más vulnerables a infecciones y virus.

Lo que tenemos que preguntarnos es si un tratamiento simplemente de los síntomas es suficiente o sería necesario también centrarnos en solucionar los problemas psicológicos que los provocan o aumentan. El gasto sanitario aumenta vertiginosamente con el tratamiento de problemas médicos asociados al estrés y la ansiedad y se ha comprobado también que el estrés actúa directamente sobre el sistema inmune, por lo que podemos afirmar que trastornos asociados con éste, como cáncer y enfermedades infecciosas, pueden explicarse en parte por los efectos nocivos del estrés. Podríamos dar una lista interminable de datos que corroboran la importancia del bienestar psicológico sobre el bienestar físico y pese a que cada vez más los profesionales ven esta interrelación a veces nos cuesta convencer al ciudadano de “a pie” que quizás lo que le ocurre se puede mejorar con un tratamiento psicológico, una vez descartadas causas estructurales y bioquímicas. Quizás el ejemplo más característico es el ya nombrado síndrome del intestino irritable, que afecta nada más y nada menos entre un 15 y un 20% de la población en países occidentales. Para éste trastorno cobra cada vez más importancia el tratamiento psicológico puesto que el tratamiento médico es poco eficaz y se ha visto una relación de hasta el 85% entre estresores psicológicos y aumento de la sintomatología.

En conclusión, lo físico hay que tratarlo, pero no debemos separarlo de todo lo que nos pasa por la mente porque ésto también nos puede hacer enfermar.