Ante el creciente número de problemas psicológicos y relacionales de la sociedad actual, surge la necesidad de nuevos tratamientos que sean lo más breves posibles y, por lo tanto, también más económicos y eficaces. Surge así la Terapia Breve.

En Terapia Breve se trata de hacer el menor número de sesiones posible. Normalmente se considera que entre siete y diez sesiones deben ser suficientes para resolver el problema. Para conseguir esta brevedad es necesaria una formación específica y es imprescindible que el paciente se implique al cien por cien en su propia recuperación.

La primera sesión se utiliza para que el cliente nos cuente que es lo que le preocupa y ver si se le puede ayudar. Los objetivos de la terapia se acuerdan entre el terapeuta y el paciente. Deben ser aceptados por ambas partes y ambos deben considerar que son objetivos racionales y posibles de alcanzar.

Si el terapeuta decide que puede ayudar al paciente y ambos deciden iniciar una terapia, se le pide a éste último que realice alguna tarea para la próxima sesión. Es imprescindible para el éxito de la terapia que el cliente se responsabilice de lograr su propio bienestar. Se debe comprender la importancia de seguir la terapia hasta la resolución del problema. De no ser así, es posible un empeoramiento de los síntomas.

La periodicidad de las sesiones la marca el terapeuta en función del problema a resolver y las tareas a realizar. Normalmente oscilan entre los diez días y las dos semanas, aunque el objetivo es que a medida que se logre la mejoría, se vayan espaciando más en el tiempo.

Dentro de el marco y la idea de que la terapia sea lo más breve posible, la idea es que el paciente debe implicarse en su problema y por tanto, entre sesión y sesión se mandan tareas para que pueda seguir trabajando en casa. Dichas tareas se evaluarán en la sesión siguiente, valorando si han sido eficaces, cambiándolas si es necesario y mandando otras nuevas, de cara a resolver lo más pronto posible el problema.