Se está convirtiendo en una frase habitual lo de “estoy deprimido” o “me ha dado el bajón”. Son cada vez más frecuentes las bajas por depresión, las cifras de ventas de antidepresivos se disparan y todo el mundo parece entender el trastorno. Lo cierto es que la palabra depresión se está convirtiendo en habitual dentro del lenguaje cotidiano y, sin embargo, sigue siendo uno de las enfermedades o síndromes más incomprendidos, más inconfesables y a veces peor diagnosticados y tratados. Si tenemos en cuenta que según las últimas estadísticas de un 15 a un 30% de la población mundial sufre, ha sufrido o va a sufrir depresión, que estas cifras van en aumento (por razones que sería demasiado largo explicar), que es la primera causa de suicidio (con unas cifras altísimas en Menorca) y la causa de las bajas laborales más largas y por tanto más caras para todos, lo más lógico es que nos empecemos a tomar más en serio ésta enfermedad, difícil de explicar para el que la sufre y difícil de comprender para los que rodean al enfermo.

Y es que todavía existen muchos mitos y falsas creencias sobre la depresión que es necesario ir desmontando, como creer que alguien no puede sufrirla “porque no tiene motivo para estar triste”, “parece que todo le va bien” o “no se le ve llorar”. La depresión no entiende ni de razas, ni de sexos. No es solo cosa de mujeres o de personas “que no tienen suficientes cosas que hacer”. No entiende de edades: afecta a niños y adolescentes (aunque con síntomas un poco diferentes) a adultos y a ancianos, y en éstos últimos con consecuencias devastadoras, puesto que a veces se atribuyen sus síntomas a otras patologías o simplemente al peso de los años, por lo que muchas veces no se les aplica el tratamiento correcto. La depresión no entiende tampoco de nivel económico o cultural y es algo cualitativamente distinto a tener un día malo o una época en que las cosas no nos van bien.

La depresión es el trastorno psicológico más frecuente junto con la ansiedad, a la que muchas veces va unida. El cuadro que presenta una persona deprimida puede ser muy variado en cuanto a su sintomatología y gravedad. Quizás lo más característico y lo que más asociamos a tan manida palabra es el estado casi permanente de profunda e inexplicable tristeza y la incapacidad de disfrutar de cosas que antes nos gustaban. Son frecuentes también la sensación de vacío, la baja autoestima, y una permanente visión negativa de lo que nos rodea. Pueden aparecer ideas o intentos de suicidio, que desgraciadamente muchas veces se consuman. La persona siente que se deteriora su memoria, su capacidad de concentración, su rendimiento en el trabajo. Duerme mucho, poco o mal, el apetito desaparece, no quiere ver a nadie… Y todo esto acompañado de multitud de alteraciones físicas cómo cansancio, estreñimiento, dolores de cabeza, espalda, etc. que lleva a la persona a múltiples consultas a su médico de cabecera.

No podemos medir el sufrimiento que causa esta enfermedad ni el sentimiento de incomprensión tan grande que se siente cuando te dicen cosas como “anímate” o “no es para tanto”. Seguramente si se pudiera animar, lo haría. Pero es que a veces no sabemos que decir, ni cómo reaccionar o ayudar a una persona en estas condiciones.

La depresión se cura. Se puede y se debe tratar por especialistas que conozcan el problema, y se debe hacer lo antes posible para evitar que empeore o se cronifique. El tratamiento debe ser psicológico, normalmente acompañado por el farmacológico y de asesoramiento a familiares y amigos para que sus intentos de ayuda sean efectivos. De la depresión se sale, con ayuda y esfuerzo pero se sale. No debemos esperar curas milagrosas, ni fármacos que nos resuelvan el problema, aunque nos ayuden. Pueden ser necesarios pero a veces insuficientes y el objetivo debe ser funcionar normalmente sin ellos. Es imprescindible el apoyo psicológico, hacer cambios ya sean conductuales o de formas de pensamiento para salir del problema y no recaer.

Repito, es difícil de entender, pero no es algo con lo que no se debe frivolizar. Seguramente con un tratamiento a tiempo se habrían evitado muchos terribles finales. Debemos mostrarnos sensibles con quien la sufre, pero desgraciadamente todo lo que proviene de la mente nos sigue dando miedo y vergüenza, porque nos suena a “locura” o porque lo desconocemos y este miedo nos hace evitar a aquellos que nos pueden ayudar (psicólogos, psiquiatras, médicos…) y entonces la enfermedad avanza y nos roba la capacidad de disfrutar, las ganas de vivir y muchísimas cosas que no se pueden cuantificar.