Comer no siempre es un placer sino que hacerlo (o no) puede ser un grave problema, difícil de resolver y que genera un gran malestar a las personas que lo sufren y a todos aquellos que les rodean. De esto dan fe las cada vez más alarmantes cifras de personas afectadas por un trastorno de alimentación, bien sea anorexia, bulimia, obesidad o comida compulsiva. Si bien la palma se la llevan las mujeres, los varones no quedan fuera de estas estadísticas en un número que cada vez va en aumento.

Lo que es cierto es que si bien nuestros conocimientos sobre bulimia y anorexia aumentan debido a la información que cada vez más vamos recibiendo en los medios de comunicación, no aumentan a la par nuestros conocimientos sobre los llamados comedores compulsivos, en parte porque es un trastorno relativamente nuevo, en parte porque ellos mismos lo viven como algo vergonzoso por lo cual les cuesta pedir ayuda especializada y en parte porque hay poca comprensión en la sociedad sobre este trastorno que la mayoría de la gente sigue achacando a la falta de fuerza de voluntad para dejar de comer y seguir una dieta, cosa que no suele ser más que una solución ineficaz.

Para entender un poco más todo lo que implica este trastorno, tenemos que tener claro el concepto de “atracón”. El “atracón” lo definimos cómo el hecho de ingerir en un corto espacio de tiempo (por ejemplo una hora) cantidades de comida que exceden objetivamente lo que otra persona de características similares y en las mismas circunstancias ingeriría. Pero lo esencial del atracón es la sensación de pérdida de control que la persona experimenta, es decir, la sensación de no poder parar de comer. De hecho, la ingesta suele finalizar sólo cuando se acaba la comida o porque existe una gran sensación de malestar físico. Muchos afectados dicen cosas del tipo “si me como una galleta no puedo parar hasta que no he acabado el paquete”. Los atracones se suelen realizar a escondidas (a veces de forma planificada) puesto que se viven como algo vergonzoso y la persona tiene grandes sentimientos de culpabilidad. Suelen estar compuestos de alimentos fáciles de ingerir, aquellos alimentos que habitualmente la persona se prohíbe porque “engordan” o cree que engordan.

A diferencia de las bulímicas, los comedores compulsivos no suelen utilizar métodos compensatorios extremos cómo el vómito, pero sí suelen estar casi constantemente a dieta en un intento, normalmente infructuoso de perder peso, el cual suele estar bastante por encima de lo normal. A veces consiguen llevar a cabo dietas estrictas durante un tiempo perdiendo muchos kilos, la mayoría de los cuales recuperan al poco tiempo por su incapacidad de controlar su forma de comer. Son los llamados “pacientes yo-yo”. Sin embargo los afectados suelen dar mucha importancia a la imagen corporal por lo que sufren mucho con su estado y sobre todo porque valoran que su forma de comer no es normal y temen que otros se enteren y les juzguen cómo débiles. A veces sustituyen los atracones por “picoteos” constantes, pero sigue manteniéndose la sensación de que no se pueden controlar. Su sentimiento de no ser comprendidos y su malestar les lleva a no hablar de su problema y en muchos casos a problemas sociales como el aislamiento.

Cualquier situación puede desencadenar un atracón, aunque es más probable que vaya asociado a estados emocionales negativos como sentirse deprimido, ansioso, solo, enfadado, etc. Sin embargo, si bien el hecho de comer en un primer momento disminuye la tensión, ésta sensación viene rápidamente sustituida por la culpa, vergüenza, enfado o desesperación “porque otra vez ha ocurrido” y nuevas promesas de que “esta es la última vez”.

Como la mayoría de los comedores compulsivos son obesos, suelen tratar de solucionar su problema probando una dieta tras otra, conducta que no hace más que empeorar su trastorno alimentario. Cada fracaso mina su autoestima y aumenta su desesperación. Algunos acaban resignándose a su situación, fantaseando con la posibilidad de comer alguna vez de forma “normal” sin aumentar de peso. Este objetivo es posible si cambiamos la dirección del tratamiento hacia la parte psicológica del problema, lo cual no quiere decir que dejemos de lado la parte dietética, pero sí llevarla de “otra manera”. De hecho muchas veces el trastorno se ha desencadenado después de que la persona haya seguido alguna dieta de adelgazamiento excesivamente estricta, normalmente por su cuenta.

Hay un dicho que dice que “si algo no funciona, haz algo distinto”, pero sigue siendo difícil convencer a estas personas y a las que las rodean que no se trata de un tema de falta de fuerza de voluntad, sino de un problema grave de alimentación y que es necesario tratarlo lo antes posible puesto que no desaparece espontáneamente ni mejora por el mero hecho de ignorarlo. Tiene importantes consecuencias para la salud física, todas aquellas derivadas de la obesidad y las fluctuaciones extremas en el peso y las consecuencias psicológicas son devastadoras: ansiedad, depresión, baja autoestima, aislamiento social… Razones más que suficientes para buscar soluciones al problema con la ayuda de un especialista.