Últimamente se están “colando” en los distintos medios de comunicación datos, referencias, entrevistas a afectados, estadísticas, etc. en las que se repite constantemente la palabra mobbing o acoso psicológico en el trabajo. Se habla de “plaga”, “epidemia”, etc. Pero ¿a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de mobbing? Según Iñaki Piñuel, psicólogo experto en el tema, nos referimos “al continuado, deliberado y degradante maltrato verbal o modal que sufre un trabajador por parte de otros, ya sean compañeros, subordinados o jefes, que se comportan con él cruelmente con vistas a lograr su aniquilación psicológica y obtener así su salida de la organización. Es una modalidad de violencia psicológica”. Me gustaría que hiciésemos hincapié en los términos de continuo, deliberado y cruel, es decir, que nadie pueda exculparse de que “no sabía que podía dañar”. Me gustaría señalar que no debería ser correcto utilizar el término acoso moral, puesto que no se trata de un acoso a la moral, la ética o las buenas costumbres de la víctima.

Las formas de llevar a cabo el mobbing por parte del acosador pueden ser múltiples y a veces tan sutiles que el propio “acosado” duda de lo que está ocurriendo (de hecho, parece que la media de tiempo que la víctima tarda en darse cuenta de que sufre mobbing oscila entre los 15 y los 18 meses y muchas veces, cuando acude a pedir ayuda es por otros trastornos, como depresión o ansiedad). Estas conductas incluyen insultos, amenazas directas o indirectas, asignarle trabajos imposibles de realizar o quitarle actividades o responsabilidades que antes le correspondían, cambiarle constantemente de puesto, hablar mal de él a otros, no darle suficiente información para realizar su labor, humillarle, ridiculizarle y un largo etc.

Muchas veces, son conductas más sutiles, como “hacerle el vacío” o “ningunearle”, no valorar su trabajo o criticarlo constantemente, llamarle la atención por pequeños errores, mostrarle gestos que se pueden interpretar como despreciativos, controlar en exceso su trabajo, etc. Muchas veces, éstas conductas, puesto que pueden ser muy sutiles, y no se dan de una manera muy evidente, hace que si el acosado intenta quejarse, minimicen su queja, como si se tratara de cosas puntuales. De hecho, muchas veces ni los familiares o amigos entienden lo que la persona está sufriendo, y lo minimizan, con lo cual la víctima aún se siente más sola e incomprendida, llegando a dudar incluso de lo que le está pasando.

Sin embargo las consecuencias físicas y emocionales en la víctima son devastadoras, y su sufrimiento inconmensurable. Sufre olvidos y pérdida de memoria, depresión, agresividad, inquietud, ansiedad, pesadillas, alteraciones del sueño, dolores de espalda, llanto frecuente, problemas de estómago, etc. Muchas de estas enfermedades le llevan a tomarse bajas (confirmando muchas veces así las acusaciones de incompetencia del acusador). Disminuye su concentración y efectividad en el trabajo (confirmando de nuevo las acusaciones y entrando en un estado de confusión que disminuye su autoestima, y le lleva a autoculparse). Toda esta multitud de síntomas le acarrean problemas con la pareja, familia y amigos, que en la mayoría de los casos son incapaces de entender qué está pasando. La mayor parte de las veces ni la propia víctima lo entiende, se echa la culpa y su autoestima se va minando a la misma velocidad que su salud se deteriora. Y entramos en un círculo vicioso del que parece imposible salir.

En el mobbing podemos hablar de fases. La cuarta de ella se denomina “solicitud de ayuda especializada externa y diagnóstico incorrecto”. Ante todos los síntomas que está sufriendo y el malestar que le generan, la víctima pide ayuda a profesionales, normalmente el médico de la empresa, el médico de cabecera o algún psicólogo. Y estos profesionales, la mayoría de las veces por desconocimiento del fenómeno le dan una serie de diagnósticos parcial o totalmente erróneos que no hacen más que aumentar el sufrimiento de la víctima al aumentar su confusión y hacerle sentir responsable del acoso psicológico que sufre, puesto que en esta fase ya es consciente de que su desempeño laboral ha disminuido. Muy pocas veces reciben tratamiento psicológico en las primeras fases del proceso, sino cuando el daño ya está muy establecido y es muy difícil de tratar. Es importante que tanto el diagnóstico como el tratamiento se lleve a cabo por profesionales conocedores del tema, si no es así nos encontramos con la paradoja de la que hablábamos: pedir ayuda a profesionales se convierte en parte del problema puesto que se tienden a confundir las consecuencias del mobbing con la causa.

No estamos hablando de un problema leve. Las cifras hablan por sí solas: más de un 15% de la población dice haber sufrido mobbing en las últimos 6 meses, se habla de más de 500 suicidios anuales (entre los que no se cuentan los muertos en “accidentes de tráfico fortuitos”), se prevé que se convertirá en la primera causa de baja laboral en los próximos años y los costes económicos y de pérdida de eficacia profesional son inmensos.

La recuperación física y psicológica de la víctima no siempre es posible, ni siquiera abandonando el puesto de trabajo. Algunos quedan incapacitados de por vida para trabajar y los que se recuperan necesitan apoyo médico y psicológico por parte de profesionales conocedores del tema por un tiempo indeterminado.

En otras ocasiones, cuando la persona sí es consciente de lo que le ocurre y decide denunciarlo, se encuentra con aún más problemas: vacíos legales sobre el tema, dificultad de probarlo, negativa por parte de los compañeros de trabajo a declarar por miedo a perder su puesto y un sinfín de trabas que muchas veces hacen que deje el tema y decida abandonar el puesto de trabajo sin más. El hecho de que el mobbing todavía no esté tipificado en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV-TR) aún dificulta más el poder probarlo, puesto que la víctima normalmente ya ha recibido diagnóstico de depresión, ansiedad, trastornos psicosomáticos, etc. sin tener en cuenta que si bien puede tener todos estos síntomas, son la consecuencia del acoso laboral.

En tiempos como los que corren, desgraciadamente aumentan este tipo de casos, y muchas veces la persona aguanta como puede para no perder su puesto laboral, aunque a costa de perder su salud y muchas veces su red social.

Si bien el problema es complejo, y la recuperación también, ésta es posible, aunque repito, debe ser llevada a cabo por profesionales conocedores del tema. Así, animar a la persona a que acuda a un psicólogo por parte de su entorno, en vez de tratar de minimizar lo que le ocurre o “animarlo”, puede ser el principio de la solución.

Dicen que para solucionar un problema, lo primero es asumir que existe, que no nos es ajeno y darle un nombre. Así que seguramente todavía nos queda mucho por hablar de mobbing…