La hipocondría es seguramente uno de los trastornos psicológicos que más malestar produce a la persona que lo sufre y uno de los más incomprendidos por otras personas.
Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV-TR), entre algunos de los criterios para su diagnóstico, estarían los siguientes:
A. Preocupación y miedo a tener, o la convicción de padecer, una enfermedad grave a partir de la interpretación personal de síntomas somáticos.
B. La preocupación persiste a pesar de las exploraciones y explicaciones médicas apropiadas.
C. La creencia expuesta no es delirante, es decir, la persona, mantiene en todo momento el control con la realidad, y no se limita a preocupaciones sobre el aspecto físico (a diferencia del trastorno dismórfico corporal).
D. La preocupación provoca malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.
Multitud de visitas a los servicios de atención médica y a urgencias son realizadas por personas que sufren hipocondría. De hecho, cuando una persona acude repetidamente al médico, pide pruebas innecesarias o se somete a tratamientos que no necesita, una vez descartada una enfermedad real, es la mejor forma de detectar a una persona que sufre este trastorno. Ninguna respuesta acaba de tranquilizarles, o si lo hace, lo hace momentáneamente, volviendo ellos mismos a iniciar el círculo vicioso de auto observar sus constantes vitales y su funcionamiento orgánico, lo cuál les genera más ansiedad, pues vuelven a temer tener alguna enfermedad, “normalmente mortal”, que al médico se le ha pasado de alto, e inician de nuevo el ciclo de visitas a médicos y pruebas médicas, convirtiéndose en un círculo vicioso, lo que llamamos “doctor Shopping”.
No es solo que ellos mismos lo pasen mal, pues realmente sus síntomas son reales, la mayoría relacionados con la ansiedad, sino que suelen ser la desesperación de profesionales de la salud, que deben reafirmarse constantemente en sus diagnósticos sin que la persona nunca logre creérselo del todo. No son solo la desesperación de los profesionales de la salud, sino que también acaban haciendo dudar a familiares, amigos, y su conducta de duda, tranquilidad relativa ante un diagnóstico negativo, o ante la afirmaciones de familiares y amigos del tipo “ya te ha dicho el médico que no tienes nada” y la vuelta a pensar en múltiples posibles enfermedades que se le puedan haber saltado al médico, acaban provocándoles problemas familiares, personales e incluso laborales.
La duda constante se convierte, paradójicamente, en el problema. ¿Realmente no tengo ninguna enfermedad? ¿Y si la tengo pero no me la han detectado? La duda aumenta su ansiedad y la auto observación constante de todas sus funciones corporales, y aumenta los síntomas físicos que sienten. Viven en un miedo casi constante, y piensan de forma obsesiva en la posibilidad de estar enfermos y al borde de la muerte. El miedo y la duda, convierte su vida en un “sinvivir”.
Normalmente, además de las múltiples visitas al médico, prueba de terapias alternativas, tratamientos innecesarios, chocan con la incomprensión de quienes les rodean, que no pueden entender como, por ejemplo, que alguien, tras haberse repetido la prueba del SIDA seis veces sin haber tenido conductas de riesgo, siga dudando de que el resultado es negativo. Ésto lleva a muchos hipocondríacos, además de a realizar el “doctor Shopping”, a buscar información médica en internet, en publicaciones especializadas, preguntando a otros profesionales de distintas disciplinas, tomándose la tensión constantemente, revisando su pulso cardíaco, analizando la comida que va a ingerir, midiéndose la temperatura, etc. Manteniendo estas conductas muchas veces ocultas a su entorno cercano. En ocasiones, esta obsesión es de tal dimensión que el afectado se puede provocar auténticos síntomas físicos, como la aceleración de los latidos del corazón o disfunciones digestivas. La preocupación del afectado no sólo hace referencia a aspectos corporales, sino que también implica males físicos menores, como heridas o tos, y a sensaciones físicas vagas, como el cansancio (que interpretan como que “algo les ocurre”).
Si bien es un trastorno relacionado, en la mayoría de los casos con la ansiedad, puede observarse en ellos “una rumiación” constante, rozando lo obsesivo, siempre dándole vueltas a los mismos temas: enfermedad, síntomas físicos, muerte inminente, etc. convirtiendo su pensamiento en monotemático, y muchas veces también sus conversaciones.
¿QUÉ HACER SI ERES O CREES SER HIPOCONDRÍACO O LO ES ALGUIEN DE TU ENTORNO?
Es un trastorno psicológico, y por lo tanto, lo principal es que el afectado lo asuma y se ponga en manos de un profesional de la psicología, aunque a veces, convencerles de ello, resulta más que difícil. El papel de la familia, el entorno, y muchas veces su médico de referencia es muy importante para convencerlos de que lo que sufren es un trastorno psicológico, tratable y superable. Es importante que la familia entienda lo que le ocurre a la persona, y que se implique en su tratamiento, tanto acudiendo con él a algunas sesiones, como manteniendo contacto con su psicólogo, de manera que también sepan como comportarse con la persona.
En general, la terapia en su inicio consiste en convencer a la persona que sufre un trastorno psicológico, más frecuente de lo que cree, que abandone las visitas a médicos (a no ser que exista una enfermedad real) que evite las conversaciones sobre enfermedades con su entorno, y que poco a poco vaya perdiendo el miedo a la muerte. Debe entender que su trastorno es tratable y superable, aunque tenga que poner mucho de su parte.
Y es que vivir con miedo, no es vivir, y te impide disfrutar del momento y te impide disfrutar de la vida misma. Creo que más que buenas razones para ponerse en manos de un profesional.
NURIA CANSECO PUENTE
Colegiada B-01309
Licenciada en Psicología por la Universidad de Salamanca. Máster en Psicología general sanitaria
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